lunes, 20 de diciembre de 2010

Crítica de Rómulo Berruti

El libro de almohada o la utopía de la libertad
La obra de Pedro Sedlinsky parte de una conjetura inquietante que más de una vez nutrió la ficción: ¿un nuevo orden inspirado en búsquedas morales cambiaría para bien la condición humana? Las religiones han sostenido esta teoría, algunas “ismos” político-ideológicos también. Es sabido que la rigurosidad de la norma siempre genera fanatismo y éste se apuntala con el aniquilamiento del disidente. ¿Qué pasaría si el nuevo orden fuera matriarcal, protector y desintoxicante? ¿Qué si el objetivo fuera terminar con el flagelo de la guerra que se devora con avidez los frutos de la maternidad? Tal vez nacería un nuevo mundo de amazonas virtuosas. O no. La obra abre una instancia teatral donde dos mujeres pertenecientes a un rango con poder dentro de ese mundo nuevo tienen bajo captura a un soldado. Cada jornada junto a él quedará registrada en un libro-diario que ellas escriben de noche. Nacida para la escena, la sustancia literaria no existe fuera de la vida que le den los intérpretes en cada función. No es un texto que la dirección debió rediseñar para conseguir una obra. Es una propuesta para que los teatristas se sumerjan en eso que es su savia nutricia, la búsqueda. Hasta podría pensarse que el texto verdadero no es el de Sedlinsky sino el de ese “libro de almohada” que los personajes femeninos acaso lleguen a escribir alguna vez. En un ámbito simple resuelto con paneles que serán la celda del soldado y al mismo tiempo su temible incertidumbre, Stella Matute y Lelia Maria dibujan con una crueldad sutil ese laberinto de situaciones que tienen calidez femenina, convicción macrobiótica y la minucia helada de un experimento. No son buenas ni malas, hacen su tarea, nada menos maniqueo que cambiar plaquetas bajo el microscopio. El soldado, la bacteria, es el todo –sin él no hay investigación- y la nada –su destino final es irreversible-. Los sentimientos mismos, a veces conmovedores, nacen del escenario y circulan por la platea pero son también reactivos de laboratorio, aquí no hay concupiscencia ni ternura: como en un mundo de insectos, lo que cuenta es la evolución hacia una organización social diferente.
  La puesta de Dora Milea es un trabajo de certera intuición teatral que arma una dramaturgia exacta, nunca se distorsiona resbalando hacia al sentimentalismo. Y consigue interpretaciones valiosas. Stella Matute asume con precisión a la regente de un sistema donde se adivinan más y más regentes como en una galería de espejos y ella lo corporiza mezclando cinismo y vitalidad jovial, es el verdugo que nos relata entre risitas cada paso de su plan macabro. Lelia Maria, con menos incidencia aparente, enfrenta y resuelve muy bien una dualidad peligrosa: sus capítulos del libro de almohada encerrarán la confesión de algo que podría ser letal para ella, se ha enamorado del prisionero, ha confundido a la bacteria con el hombre. José Bella, obligado a una pasividad llena de angustia, es el soldado que vuelve del frente donde cree que sobrevivió, ahora sólo sabe que lo han mutilado al quitarle su Kalashnikov (no es un fusil más, es el emblema de la sedición) y que con él habrá de morir. Breve y contundente, El libro de almohada es un espectáculo de calidad que tiene asimismo una infrecuente complejidad temática.
Rómulo Berruti
                                 

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